Me despierto a las 7 de la mañana y el sol ya está en el cielo, salgo a la terraza y veo selva pura y salvaje. Al poco rato veo un tucán posado en un árbol a apenas unos metros de distancia de mí. No os podéis hacer una idea, o quizás sí, si tenéis esa suerte, de lo maravillosamente increíble que es ver a esa enorme ave de tan imponente belleza en su hábitat natural.
A lo lejos se oyen multitud de pajarillos, el sonido de la jungla llena mis oídos junto con el rugir de las cataratas de Iguazú, el aire es limpio y los pulmones se llenan de libertad.
Durante la mañana veo un Agutí bayo y un Cuis, que son roedores de tamaño pequeño muy singulares. Aquí en Europa de estos animales no tenemos.
Vídeo de un Agutí bayo:
También veo varios grupos de coatíes que recorren el parque con toda libertad junto con todos nosotros, los visitantes del parque, los intrusos. Los coatíes se acercan a las personas sin ningún miedo, les roban la comida de las mesas, les huelen y se pasean entre ellas tranquilamente. Si algún desafortunado visitante cree que estos animales salvajes no van a morderle por ser quien es, está muy equivocado, allí hay que tener muy presente que los animales son salvajes y que hay que respetarlos, pero también tener cuidado con las reacciones que ellos puedan tener frente a una situación que para ellos pueda presentar alguna amenaza. También es muy importante no darles de comer la chatarra que nosotros ingerimos, ya que puede hacer que estos animales se acostumbren a lo que no es y ya no quieran cazar, lo olviden o, simplemente, ataquen para conseguir aquella porquería de las mesas de los puestos de comida que, además de dejarles más gordos de lo que deberían, les causan enfermedades y les van matando poco a poco por dentro.
Entre las cataratas y los saltos de agua, existe vida, Iguazú alberga entre esas maravillas las vidas de los vencejos de cascada, unas aves pequeñitas que, tras los saltos de agua, anidan y ponen sus crías.