Desde que era muy pequeña siempre he tenido en mi vida una influencia muy marcada de la música a nuestro alrededor, supongo que es algo que le pasa a mucha gente; sin la música la vida para nada sería lo mismo. Empecé como muchos niños con las canciones de Miliki y fui creciendo con ellas hasta empezar en el colegio con uno de los mejores profesores con los que me he topado. Transmitir esa pasión por algo tan corriente y sumamente importante, conseguir que un alumno después de muchos años se acuerde de lo que enseñaste y hacer que, estos mismos, siempre que te recuerden lo hagan con una sonrisa es difícil, hay que ser muy bueno.
Poniéndome a pensar en la música y en lo arraigada que está en nuestra sociedad me puse a pensar también en que es algo muy antiguo, ¿Dónde empezó? De las personas no pudo nacer algo tan ancestral y entonces fue cuando empecé a pensar en el sonido de las cascadas, en el canto de los pájaros, de las ballenas, el aullido de los lobos y la risa de las hienas. Empecé a pensar en las ramas de los árboles, en las hojas, moviéndose al son del viento y en las tormentas y las olas del mar rompiéndose ferozmente sobre la costa.
En la naturaleza nació y sigue sonando a cada instante la música más pura, el sonido más bello y unas notas incluso tan agudas que no podemos apreciarlas. Solemos llevar una vida tan ajetreada que no nos paramos a escuchar la vida que nos rodea, pero ahí está, constante y serena, la música simple y latiente del día a día.
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